19.2.14





Diglosia donde cada lengua tiene su particular estatuto: una, la proscriptora, es grosera y agraviada, otra, la agradecida, servil y de una distancia peor que toda culpa. 

Al margen de lo punible en este arrojo, punible no solo por socialmente penado, sino también por despreciativo, el torrente siempre fue un buen lugar para la muerte. El torrente, a veces quedo, devuelve la vida en la fluidez viscosa; otras, con brío, ofrece el poder fundente en su agua, desgarro, ablución cósmica.

Quien huele lo que hiede, rechaza este vacío sacral del cuerpo muerto que reclama de continuo la acogida. Se ensucia de sangre aquel que no quiere tocarla.
 
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