4.3.19

El parque y el zoológico




En un parque el simulacro de la vida no impedimenta esta misma vida; no simplemente para sus condiciones, este simulacro es apertura, invitación, acogida, espera, vigía, corro de brazos entrelazados contemplando el secreto (y los pisos, atalayas con sus lentes cientifistas u ociosas). En el zoológico, en cambio, la vida es impedida e impelida por un plan que la ostenta y a la vez la embrutece. Hasta el aliento es torturado y los animales se convierten en esclavos de una maquinaria que ya no distingue el hierro y el cemento de la carne. Los animales están recortados de verdad, verde, barro y agua, y sangran —¡pupilas!— verdad, verde, barro y agua. Entonces hay una pugna. Una pugna estanca y estancada en la medida que el zoológico es un plano para un visitante que ni sabe ni podría leer el desastre. El zoológico fabrica una suerte de lector que ve coreografías en lugar de una danza. La vida aquí es incomprensible y sin embargo es su sonido más latente y clamoroso. El parque también recortó un fragmento de mundo pero importó con él sus abismos (uno de ellos, el respeto). El zoológico no entiende de abismos, solo de aplanada mutación, collage o recortes sobre un papel de más recortes todavía. Sí: un zoológico es un ejercicio de papiroflexia inescribible. El conjunto es algo neutralizado que aparentemente admite la animalidad en letargia de una ferocidad proscrita. En un zoológico nadie es extranjero, nadie se siente burlado. En un parque, en cambio, el simulacro es total (y por ello mínimo) y la atmósfera salvaje campa a sus anchas atravesando planos (lo lúdico, la ociosidad contemplativa, la palabra, la lectoescritura…). El parque es creación de apartamiento con una intromisión éticamente admitida: desnudaos antes de entrar. Los viejos sanan; los niños corren con precisión milimétrica, o gambetean, insolentes, hacia heridas de alegría; el agua sigue siendo agua a pesar de sus cascadas invertidas. La hojarasca se admite. El cisne es respetado. Los parques aman la invasión y la decadencia, vida en las estatuas que ya no mueren. Los animales han llegado hasta aquí. Nos están redimiendo. Se acercan, se acercan, se acercan..., y por suerte se van. 

(Para mí un bosque, o la inmersión en el mar, es un zoológico humano en donde mi piel es el límite de mi valla, ¿y quién es aquí el observado? Allí me es imposible la mirada —¿dónde hacerlo?—, y sin embargo siento que un todo poco menos que me observa).

 
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