2.7.20

Vulgaridad


La vulgaridad no se reduce a una lista de conductas independientes de sus contextos ni tampoco unidas entre sí. Sin embargo, toda vulgaridad se escapa de un contexto, no reduciéndose a desentonar o a chirriar respecto a él. Se separa por completo bajo la forma del automatismo, del tic parlante, del parloteo. No hay esencias vulgares a tiempo completo, solo repeticiones de una vulgaridad que a su vez presupone un ser vulgar... y no alguien que sencillamente yerra. Los seres vulgares son tan culpables como inmunes a su propia vulgaridad, aunque esta siempre deja su aire de circunstancia, de autosuficiencia, pero más todavía de victimismo resuelto, de sacrificio, temeridad…, y un sinnúmero de otros prismas que le definen y esconden, y gracias si le dan resquicios para escabullirse de sus efectos, sea por dejadez, enmienda o simple cambio de mirada.

La vulgaridad no se explica por la omisión de un saber ni nada que se le parezca. Va unida a una mala vida. Mala vida…, grotesco tanteo que no conviene demarcar. Hipótesis razonable, aglomerante, casi eximente. Ni siquiera eso; maldad y vulgaridad se suspenden por igual cuando se encaran con mi estupor. Raquítico acto fallido, si lo hubiere, que implica escoger fallar cuando se ha fallado ya. Huida hacia adelante, de dar el todo por el todo con irrecusable ignorancia, más si cabe por el saber insidioso que se le supone al manejo de esa ignorancia misma. Conocen el calor de la verdad y aun así se lastiman en la intemperie. Comprendo lo que representa de liberación personal contra la onerosa carga de ser para ti mismo una carga. Están disculpados de antemano con nuestro pasmo mayor que la repulsa. Y es que en realidad es un pasmo que contiene en esencia repulsión. El pasmo momentáneo jamás se olvida. Siempre es fábrica de recuerdos.

La vulgaridad es una maldad que se resquebraja en su propia angostura; no es una maldad pura, ostensiva o en acción, sino más bien histriónica, aspaventosa... Lo vulgar cava un foso a la esperanza…, o para cuando la halle. Uno no se hace trizas o se abre en carne viva por donde va y en todo momento. Se trata de una suerte de suicidio performativo o atrabiliario que formatea y deforma a la vez. Afortunadamente aquí su libertad es poco ambiciosa ya, apenas restaurativa, y solo deja pasar el tiempo, que por otra parte es lo mejor que se puede hacer.

La vulgaridad es de un rudimento ancestral, chirriante e infalible. Todos podemos ser perfectamente vulgares sin esfuerzo. Incluso lo soez, con su naturaleza desatenta y exculpatoria, es más talentoso. La vulgaridad se derrama con la presión de los justos, los críticos, el razonamiento o el mero estar de quien la observa. No hay delicadeza que se le encare, y a veces nos obligamos (y siento yo que me he obligado) a una agresión verbal que cuando menos debería incomodarnos. Tanto da. Huyeron de la dignidad y esta tardará un rato largo en encontrarles.

 
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