19.6.12

Nuestro mayor acicate (lectura de "Tren nocturno")



"El suicidio generalmente sobreviene cuando el calendario del dolor súbitamente se queda vacío de aire, y de toda perspectiva de él. Pero la literatura nos cuenta que también puede ser desencadenado por un impulso ingobernable, por una suerte de espasmo psíquico" (M. Amis, Experiencia, p. 285). Al ir leyendo el libro, pero sobre todo al final, nos preguntamos: ¿qué le queda a este suicidio? El ‘qué pasó’ se ha convertido en la radicalidad de ‘qué era aquello’. ¿Qué significa el suicidio despojado de todos sus porqués salvo el suyo propio? ¿Qué es Jennifer Rockwell? En definitiva, ¿qué es el suicidio sin la locura (que es una condena a vivir) pero con una vida grata? ¿Y qué representa el suicidio en el mundo vacío que retrata Amis? No es sin embargo un universo de indiferencia lo que nos acerca el libro. No excluimos tampoco un retrato epocal. 
 
Si desaparecen las causas y los móviles y ningún "acicate" ni "precipitante" nos sirve, ni siquiera la propia idea de ‘causa’, es que ya operamos con otra cosa, con lo indeterminado como elemento teórico. La sensación de oscuro puede ser útil y operativa, pero hasta cierto punto: exige siempre desocultación. Siempre buscaremos alguna causa desteñida, oculta, pero no, por así decirlo, en lo oculto. En cualquier caso, en el suicidio Amis no se propone sólo (ni fundamentalmente) construir, sino derribar. Existe además otra categoría esencial en la novela, que son los policías, la policía Mike ("Mike" somos nosotros, nuestros primeros pasos). Jennifer nos ha permitido preguntarnos cómo puedo impedir hacer algo malo a mi vida. Cómo puedo luchar contra el suicidio anticipándome a él. Qué hay en mí. El suicidio está desnudo y escondido, inexistente (el artefacto de aquella chica boom). Esta inexistencia posible, que por caminos imposibles de seguir puede derivar en suicidio, ese vacío u horror vacui, debe llenarse de algo que hay en mí que la haga una existencia imposible, buena. Debe haber, la hay, una ‘estrategia’ para convertir el suicidio en algo impensable, anecdótico, un "caso", o una noticia. 

El objetivo del libro no es subsanar la incomprensión, sino motivarla a hacer algo. Pero no se nos dice. Ni siquiera tengo que decirlo yo. Eso se despierta. El suicidio de Jennifer es su moralidad; quiso morir para que la indagaran: nos ha forzado a sentir el morir sin el "gran porqué". La pregunta nos exige una respuesta, no como policías (o buscadores de la razón), sino como personas. Nuestra vida es una respuesta a la muerte; es la erradicación de todo su afecto. Así lo decide Mike. No es que reaccionemos contra la muerte (yo no quiero esto, por tanto algo renace que nos impulsa a vivir), sino que la muerte, la propia catástrofe, busca, y en su destrucción descubre algo no menos misterioso que ella: "el Caso"; la propia vida: Mike. Algo nuestro completamente distinto a aquello. Sin necesidad de evidencias, la novela nos muestra (¿alternativamente?) la pasión del amor. Ese marido prácticamente oligofrénico será pronto despachado. Hay, en cambio, un bello y adusto forense esperando, el que se come a los muertos...

16 febrero, 2009
 
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