29.10.13





"Paula, niña mía, me consumo entre lágrimas mientras te llamo y gimo por ti, hijita.

Mis lamentos resuenan en la muda losa y en la odiada tumba, que han apagado el sol de mis entrañas.

¡Oh sepulcro! ¡Divinidad! ¡Deja que mi niña Paula se acerque un momento a la luz! ¡Concededme verla de nuevo! Ningún reproche te va a hacer por ello la diosa Perséfone, Hades, si despiertas a mi hija.
Aunque sea en sueños.

Adiós, Paula, niña buena".

_____


Con el miedo a la muerte se pierde el relevo del moribundo, esa totalidad de una vida que la muerte siempre comunica. Para el moribundo, como en las palabras, la mejor manera de morir (o, lo mismo, que se recuerde lo mejor de uno) es siendo escuchado. Una muerte sin este relevo es una muerte inacabada y a la vez continua. Nuestro miedo impide acercarnos a quien le llegó su hora, nos negamos a todo relevo de enseñanza, de sabiduría, nos negamos a la reflexión del último instante, pues un moribundo siempre habla. Y así se empieza a prorrogar un momento para recordar la vida del difunto, pero ese momento nunca acaba de llegar.

El miedo a la muerte transforma el sentido del duelo, y no solo en su acortamiento. El duelo es el tránsito que se inicia con una vivencia de la muerte y termina con el recuerdo del vivo. Hay primero que transitar por esa vivencia de su muerte para llegar al verdadero recuerdo de su vida, de todo él. Con el miedo continuo a la muerte ese tránsito se ha vulnerado, pues temer a la muerte es hacerla más presente, y eso impide el recuerdo de quien vivió. Se vive hoy un duelo debilitado por un olvido que prontamente quiere arrasar la muerte, pero a la vez continuo porque el miedo y con él la presencia de la muerte no desaparecen.

El difunto siempre es visto como difunto; no sabemos enfrentarnos al ser del muerto como si del ser de un vivo se tratara, y así perdemos lo que tememos recuperar. En su lenguaje silencioso el moribundo sólo pide su captura, el reencuentro, y no, lo cual es lo contrario, que persistamos en la mera nostalgia por lo perdido. Si todos queremos ser llorados al morir, no es solo para confirmar en vida que nos quieren, ni para que nos sigan queriendo después, sino para que nos quieran como vivos (y como vivas las enseñanzas), que sepan enfrentarse al fantasma con la mayor benevolencia y justicia y que se remonten a la muerte y al tiempo que nos mató, para vernos tal que personas. Solo así es posible hacer memoria.

El luto ha finalizado y el “era de tal modo”, lejos de persistir en mera nostalgia por lo perdido, es un ir en su búsqueda, un encontrarlo, un reconocer. Capturar el ser que se escondió tras un muerto y enfrentarlo, memoria con memoria, a sí mismo. Y este es el sentido por el cual decimos que el duelo ha finalizado; cuando rompemos la ilusión (y tabú) de la muerte como algo destructor del ser y, contrariamente, nos damos cuenta de que ella nos permite hablar en propiedad de esencia y comunicarla.


 
Creative Commons License
Los escritos originarios by Bernat Xavier Forteza Siquier is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Compartir bajo la misma licencia 3.0 España License..