23.10.11

¿Solus ipse?

Lo mejor de una educación esclerotizada:

Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!

Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
«Yo te quiero, soy yo».
                             
                             PEDRO SALINAS, La voz a ti debida (v. 494-521).


El nombrar pronominalmente también puede ser signo de la degradación más extrema. En casos como ella es... o él era... se pierde el reconocimiento y la verdadera autenticidad viva (valga el pleonasmo) del nombre propio, a la vez que se mantiene elidida, como fantasmagórica..., una referencia inequívoca.

(Odio desaparecer de la primera persona de quienes alguna vez formé parte. A eso cabría llamarlo —y muy disfrazadamente— egología de los sentimientos).

 
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